Uno de mis conocidos me escribió para decirme que publicar la foto de los daños que me habían causado las abejas no es buena publicidad para la venta de plantas. No sé nada de publicidad o mercadotecnia, quizá tenga razón, no tengo bases para contradecir su punto de vista. Compartí la foto porque me pareció graciosa mi apariencia de boxeador recién bajado del ring. Y me pareció graciosa porque tengo la consciencia tranquila. Es decir, 4 o 5 abejas pueden dejarte muy dañado dependiendo de donde te hieran. Ya lo decía Muhammad Alí: vuela como una mariposa, pica como una abeja.
Sus pinchazos no me van a matar y yo no quiero matarlas. En realidad, me gustaría darles un panal adecuado, aprender sobre su cuidado y aprovechar un poco de su miel, pero soy un bicho de ciudad y no conozco a ningún apicultor. Las abejas llevan algunos meses en el patio y aunque me habían picado en dos ocasiones, ya teníamos el acuerdo de que mientras yo no mirara directamente la entrada de su colmena, ellas me dejaban ir y venir.
Por eso, en esta ocasión, con un coche de por medio y varias plantas entre ellas y yo, a una distancia aproximada de 4 metros, decidí hacer lo necesario para separar algunas plantas de papaya y de dátil que compartían maceta. Supongo que, en la inteligencia de las abejas, sacudir un árbol frutal, es un atentado a su subsistencia.
La idea era separar los tres troncos de papaya y los tres brotes de palma datilera para que cada uno crezca más cómodo en su propia maceta. Logré separar el arbusto más grande de papaya y las palmas datileras, pero de los dos arbustos pequeños de papaya ya están fusionados en la raíz.
Aunque nunca fue mi intención molestar a las abejas, dos veces me advirtieron con vuelos amenazantes. En ambas ocasiones corrí escaleras arriba y dejé pasar unos minutos antes de volver al trabajo. No soy un apicultor, no pude deducir que las abejas tomarían mi trabajo como una agresión directa a su subsistencia. Ellas perdieron la paciencia y después de un piquete en el antebrazo, una vez más huí escaleras arriba y allí me defendí agitando en el aire un par de zapatos. Tal fue mi desesperación que me torcí el dedo medio de la mano derecha y al bajar mi arma recibí un aguijonazo en el entrecejo. ¡En la cara no, que de eso vivo!
Pensando en que la abeja ya me había hecho el espacio para el tercer ojo, intenté entrar a mi casa. Mientras metía la llave en la cerradura, sentí otro piquete en la boca y uno más cerca del hombro. Logre abrír la puerta y una abeja entro a la casa, pero mientras me sacudía un cadáver de la camiseta, ella tuvo tiempo de salir antes de que yo entrara y cerrara la puerta.
Los pinchazos no se hincharon de inmediato, fui al baño e intenté retirar los aguijones pero parece que quedan vacíos después de inyectar el veneno. Apenas pude retirar unos flácidos triángulos negros que parecían hechos de la piel de una fruta.
Ya por la noche la hinchazón comenzó a notarse y al amanecer del día siguiente estaba hecho un desastre. El rostro deforme y comezón en cada piquete. La piel dura a punto de explotar, la peor comezón en el antebrazo. Tomar la foto me pareció divertido. Ustedes saben que tomo fotos de todo lo que encuentro bello o interesante. Compartirla me hizo sentir que la experiencia había sido un inconveniente menor que le pudo le pasar a cualquiera.
Lo cierto es que ahora estoy decidido a que vengan por ellas y las reubiquen. La foto será mi recuerdo de que las abejas y las plantas merecen un espacio adecuado para vivir y que mi compromiso con la naturaleza es verdadero. Si es mala publicidad, ustedes disculpen, fue mi novatada.
Comentarios
Publicar un comentario